Durante el siglo XVII, el desarrollo de la ciencia puso en duda el pensamiento religioso dogmático que había reinado hasta entonces. Por lo tanto, despertó en los filósofos la necesidad de buscar nuevas vías para investigar la realidad. Durante el barroco, se enfrentaron dos corrientes filosóficas: el racionalismo y el empirismo.
El empirismo, que proviene del griego empiria o "experiencia", considera que la experiencia es el origen del conocimiento. Para estos filósofos, las ideas son representaciones intelectuales de los datos surgidos por la experiencia.
Niega la pretensión de establecer verdades necesarias, es decir, verdades que valgan de una manera tan absoluta que se haga
innecesaria, absurda o contradictoria su verificación o su control.
Sus máximos exponentes fueron los ingleses David Hume (1711-1776) y John Locke (1632-1704)
El racionalismo (del latín, ratio, razón) se cuestiona acerca de la fiabilidad de los sentidos, ya que los considera engañosos, y los procesos de experimentación como fuente de conocimiento. Considera que la realidad es accesible únicamente por medio de la razón y la identifica con el pensar.
Su máximo exponente fue el francés René Descartes (1596-1650).
Dos corrientes opuestas
En líneas generales, los filósofos racionalistas se preguntaron acerca de lo fiable que pueden ser los sentidos en el proceso de la experimentación como fuente de conocimiento. Ante esta imposibilidad de definir la realidad, aceptaron la existencia de ideas innatas, osea no adquiridas por educación ni experiencia.
En cambio, los empiristas cifraban en la experiencia el origen del conocimiento. Consideraban la mente humana como un papel en blanco sobre el cual se inscribía la información que brindaban los sentidos.
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